A través del perdón

El nuevo libro de María de los Ángeles Vázquez Pérez es una
lectura para el conocimiento y crecimiento personal que nos habla de
que detrás de cada persona, muchas veces se esconde un drama desconocido por los demás, pero el éxito de su vida le llega cuando después de haber sido victima sabe perdonar.

Dedicado a todas las mujeres que en algún momento de su vida han sido víctimas de ésta sociedad, donde todavía persiste la ignorancia, la corrupción y la hipocresía.

Ésta es la historia de mi vida: Siendo yo una apenas una niña y de familia muy humilde, me negaba a creer que no hubiese un Dios justo que reparase en mi sufrimiento. Ése ser en el que en los momentos difíciles todos creemos y llamamos para que nos auxilie en nuestras desgracias, yo no lo veía por ningún lado. Sólo estaba viendo la cara triste y amarga que la vida me ofrecía.
Siendo yo una adolescente, me violó un vecino de mi padre y nada dije; pues él se hacia pasar por un respetuoso y gran caballero.
Y sí, algo insinué a mis padres, pero ellos nada hicieron al respecto. La culpable fui yo por no tener las piernas prietas. Eso fue lo que me contestaron.
Mi calvario no había hecho más que empezar. Esto siguió repitiéndose tantas y tantas veces como éste “caballero” quiso; y me amenazaba continuadamente, diciéndome que pregonaría por toda la ciudad que yo era una puta barata y que me vendía por dos míseros peniques.
Yo no sabía que hacer, pues mis padres lo veneraban porque les hacía favores y daba trabajo; mientras, yo ponía mí cuerpo. Pero veréis lo que sucedió.
Así estuve largo tiempo en ésta situación tan deplorable, hasta que él se cansó de mí y le surgió otra inocente. Yo, aliviada suspiré, pero pronto me di cuenta que aquel calvario aún no había llegado a su fin, porque el muy astuto ahora enviaba a sus amigos. Me tenía tan atemorizada que un día ya no pude aguantar más y me dije:
-Tengo que hacer algo pronto, esto no puede seguir así.
Yo solo tenía catorce años y mi mente ya no daba para más. Pensé en fugarme de casa, pero pesaba en mí y el sufrimiento que causaría a mis padres. No podía hacerles esto a ellos, y continué en mi calvario.
Y así fue como poco a poco me convertí en una prostituta; al fin y al cabo, ellos no cobraban más que los favores que les hacían a mis padres; y yo era su moneda de cambio. Sin que yo llegara ver ni un penique por ello.
Todo esto estuvo sucediendo por largo tiempo, hasta que un buen día me tocó en suerte un amigo del “caballero”. Éste me preguntó por qué estaba haciendo aquello tan asqueroso; y yo, llorando le conté lo que me había pasado con su amigo. Éste, muy indignado, pronto puso fin aquél proyecto cruel que su amigo había organizado.
Pero un día, el instigador de toda mi desventura, me visitó de nuevo y me amenazó diciéndome que tendría que seguir, pues era la prostituta más joven por la cual todos los desvergonzados perdían su cabeza. Él movía en aquella ciudad muchos intereses y nadie quiso saber si yo era inocente o lo hacía por dinero.
Un día ya cansada y asqueada de todos los abusos y atropellos a los que me estaban sometiendo, pedí permiso a mis padres diciéndoles que tenía una buena amiga en otra ciudad y que me iba a vivir con ella.
Ellos, viendo la escasez que había en casa, y a pesar de tener que separarse de su hija, quizás se sintieron aliviados por tener una boca menos que alimentar y me dejaron marchar.
Llegué a la gran ciudad y me puse a trabajar en un bar de comidas rápidas; pero era como si lo llevase escrito en la frente, o en mi ropa, y todos los hombres se fijaban en mí de una manera un tanto lasciva.
Por aquel entonces y lejos del hogar, tuve que espabilarme si quería comer. Un buen día y después de pensármelo bien, me dije a mi misma:
-Si no mejoro de una forma, tendré que hacerlo de otra y seguir prostituyéndome-, pero ahora lo haría cobrando, y así lo hice.
Empecé a recibir en mi apartamento hombres que conocía en dicho bar, y pronto mis ingresos aumentaron sustanciosamente. Acudía a la misa diariamente y pedía perdón a Dios, pues en el fondo me sentía una sucia indigna; al tiempo que le pedía una oportunidad para que mi vida cambiara, pues a mí no me gustaba nada lo que estaba haciendo.
Poco a poco empecé a conocer gente pudiente que me ofrecieron trabajo en otros lugares más serios y así fue como comenzó a mejorar mi situación económica.
Todos los meses le mandaba dinero fresco a mis padres, pero ellos nunca me preguntaron donde lo ganaba o como lo hacía. Pronto conocí a una madame que me enseñó todo lo referente al trabajo y refinamiento que requería dicho oficio. Ésta me aconsejó muy bien.
-Lo primero que tienes que hacer es tener tu propio refugio, pues ellos son muy...

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